martes, 21 de agosto de 2018

Cuentos de Gabriel García Márquez






Isabel viendo llover en Macondo

de Gabriel García Márquez


El invierno se precipitó un domingo a la salida de misa. La noche del sábado había sido sofocante. Pero aún en la mañana del domingo no se pensaba que pudiera llover. Después de misa, antes de que las mujeres tuviéramos tiempo de encontrar un broche de las sombrillas, sopló un viento espeso y oscuro que barrió en una amplia vuelta redonda el polvo y la dura yesca de mayo. Alguien dijo junto a mí: "Es viento de agua". Y yo lo sabía desde antes. Desde cuando salimos al atrio y me sentí estremecida por la viscosa sensación en el vientre. Los hombres corrieron hacia las casas vecinas con una mano en el sombrero y un pañuelo en la otra, protegiéndose del viento y la polvareda. Entonces llovió. Y el cielo fue una sustancia gelatinosa y gris que aleteó a una cuarta de nuestras cabezas. Durante el resto de la mañana mi madrastra y yo estuvimos sentadas junto al pasamano, alegres de que la lluvia revitalizara el romero y el nardo sedientos en las macetas después de siete meses de verano intenso, de polvo abrasante. Al mediodía cesó la reverberación de la tierra y un olor a suelo removido, a despierta y renovada vegetación, se confundió con el fresco y saludable olor de la lluvia con el romero. Mi padre dijo a la hora de almuerzo: "Cuando llueve en mayo es señal de que habrá buenas aguas". Sonriente, atravesada por el hilo luminoso de la nueva estación, mi madrastra me dijo: "Eso lo oíste en el sermón". Y mi padre sonrió. Y almorzó con buen apetito y hasta tuvo una entretenida digestión junto al pasamano, silencioso, con los ojos cerrados pero sin dormir, como para creer que soñaba despierto.
Llovió durante toda la tarde en un solo tono. En la intensidad uniforme y apacible se oía caer el agua como cuando se viaja toda la tarde en un tren. Pero sin que lo advirtiéramos, la lluvia estaba penetrando demasiado hondo en nuestros sentidos. En la madrugada del lunes, cuando cerramos la puerta para evitar el vientecillo cortante y helado que soplaba del patio, nuestros sentidos habían sido colmados por la lluvia. Y en la mañana del lunes los había rebasado. Mi madrastra y yo volvimos a contemplar el jardín. La tierra áspera y parda de mayo se había convertido durante la noche en una sustancia oscura y pastosa, parecida al jabón ordinario. Un chorro de agua comenzaba a correr por entre las macetas. "Creo que en toda la noche han tenido agua de sobra", dijo mi madrastra. Y yo noté que había dejado de sonreír y que su regocijo del día anterior se había transformado en una seriedad laxa y tediosa. "Creo que sí —dije—. Será mejor que los guajiros las pongan en el corredor mientras escampa". Y así lo hicieron, mientras la lluvia crecía como árbol inmenso sobre los árboles. Mi padre ocupó el mismo sitio en que estuvo la tarde del domingo, pero no habló de la lluvia. Dijo: "Debe ser que anoche dormí mal, porque me he amanecido doliendo el espinazo". Y estuvo allí, sentado contra el pasamano, con los pies en una silla y la cabeza vuelta hacia el jardín vacío. Solo al atardecer, después que se negó a almorzar dijo: "Es como si no fuera a escampar nunca". Y yo me acordé de los meses de calor. Me acordé de agosto, de esas siestas largas y pasmadas en que nos echábamos a morir bajo el peso de la hora, con la ropa pegada al cuerpo por el sudor, oyendo afuera el zumbido insistente y sordo de la hora sin transcurso. Vi las paredes lavadas, las junturas de la madera ensanchadas por el agua. Vi el jardincillo, vacío por primera vez, y el jazminero contra el muro, fiel al recuerdo de mi madre. Vi a mi padre sentado en el mecedor, recostadas en una almohada las vértebras doloridas, y los ojos tristes, perdidos en el laberinto de la lluvia. Me acordé de las noches de agosto, en cuyo silencio maravillado no se oye nada más que el ruido milenario que hace la Tierra girando en el eje oxidado y sin aceitar. Súbitamente me sentí sobrecogida por una agobiadora tristeza.
Llovió durante todo el lunes, como el domingo. Pero entonces parecía como si estuviera lloviendo de otro modo, porque algo distinto y amargo ocurría en mi corazón. Al atardecer dijo una voz junto a mi asiento: "Es aburridora esta lluvia". Sin que me volviera a mirar, reconocí la voz de Martín. Sabía que él estaba hablando en el asiento de al lado, con la misma expresión fría y pasmada que no había variado ni siquiera después de esa sombría madrugada de diciembre en que empezó a ser mi esposo. Habían transcurrido cinco meses desde entonces. Ahora yo iba a tener un hijo. Y Martín estaba allí, a mi lado, diciendo que le aburría la lluvia. "Aburridora no —dije. Lo que me parece demasiado triste es el jardín vacío y esos pobre árboles que no pueden quitarse del patio". Entonces me volví a mirarlo, y ya Martín no estaba allí. Era apenas una voz que me decía: "Por lo visto no piensa escampar nunca", y cuando miré hacia la voz, sólo encontré la silla vacía.
El martes amaneció una vaca en el jardín. Parecía un promontorio de arcilla en su inmovilidad dura y rebelde, hundidas las pezuñas en el barro y la cabeza doblegada. Durante la mañana los guajiros trataron de ahuyentarla con palos y ladrillos, Pero la vaca permaneció imperturbable en el jardín, dura, inviolables, todavía las pezuñas hundidas en el barro y la enorme cabeza humillada por la lluvia. Los guajiros la acostaron hasta cuando la paciente tolerancia de mi padre vino en defensa suya: "Déjenla tranquila —dijo—. Ella se irá como vino".
Al atardecer del martes el agua apretaba y dolía como una mortajada en el corazón. El fresco de la primera mañana empezó a convertirse en una humedad caliente; era una temperatura de escalofrío. Los pies sudaban dentro de los zapatos, No se sabía qué era más desagradable, si la piel al descubierto o el contacto con la ropa en la piel. En la casa había cesado toda actividad. Nos sentamos en el corredor, pero ya no contemplábamos la lluvia como el primer día. Ya no la sentíamos caer. Ya no veíamos sino el contorno de los árboles en la niebla, en un atardecer triste y desolado que dejaba en los labios el mismo sabor con que se despierta después de haber soñado con una persona desconocida. Yo sabía que era martes y me acordaba de las mellizas de San Jerónimo, de las niñas ciegas que todas las semanas vienen a la casa a decirnos canciones simples, entristecidas por el amargo y desamparado prodigio de sus voces. Por encima de la lluvia yo oía la cancioncilla de las mellizas ciega y las imaginaba en su casa, acuclilladas, aguardando a que cesara la lluvia para salir a cantar. Aquel día no llegarían las mellizas de San Jerónimo, pensaba yo, ni la pordiosera estaría en el corredor después de la siesta, pidiendo como todos los martes, la eterna ramita de toronjil.
Ese día perdimos el orden de las comidas. Mi madrastra sirvió a la hora de la siesta un plato de sopa simple y un pedazo de pan rancio. Pero en realidad no comíamos desde el atardecer del lunes y creo que desde entonces dejamos de pensar. Estábamos paralizados, narcotizados por la lluvia, entregados al derrumbamiento de la naturaleza en una actitud pacífica y resignada. Solo la vaca se movió en la tarde. De pronto, un profundo rumor sacudió sus entrañas y las pezuñas se hundieron en el barro con mayor fuerza. Luego permaneció inmóvil durante media hora, como si ya estuviera muerta, pero no pudiera caer porque se lo impedía la costumbre de estar viva, el hábito de estar en una misma posición bajo la lluvia, hasta cuando la costumbre fue más débil que el cuerpo. Entonces dobló las patas delanteras (levantadas todavía en un último esfuerzo agónico las ancas brillantes y oscuras), hundió el babeante hocico en el lodazal y se rindió por fin al peso de su propia materia en una silenciosa, gradual y digna ceremonia de total derrumbamiento. "Hasta ahí llegó", dijo alguien a mis espaldas. Y yo me volví a mirar y vi en el umbral a la pordiosera de los martes que venía a través de la tormenta a pedir la ramita de toronjil.
Tal vez el miércoles me habría acostumbrado a ese ambiente sobrecogedor si al llegar a la sala no hubiera encontrado la mesa recostada contra la pared, los muebles amontonados encima de ella, y del otro lado, en un parapeto improvisado durante la noche, los baúles y las cajas con los utensilios domésticos. El espectáculo me produjo una terrible sensación de vacío. Algo había sucedido durante la noche. La casa estaba en desorden; los guajiros, sin camisa y descalzos, con los pantalones enrollados hasta las rodillas, transportaban los muebles al comedor. En la expresión de los hombres, en la misma diligencia con que trabajaban se advertía la crueldad de la frustrada rebeldía, de la forzosa y humillante inferioridad bajo la lluvia. Yo me movía sin dirección, sin voluntad. Me sentía convertida en una pradera desolada, sembrada de algas y líquenes, de hongos viscosos y blandos, fecunda por la repugnante flora de la humedad y de las tinieblas. Yo estaba en la sala contemplando el desierto espectáculo de los muebles amontonados cuando oí la voz de mi madrastra en el cuarto advirtiéndome que podía contraer una pulmonía. Solo entonces caí en la cuenta de que el agua me daba en los tobillos, de que la casa estaba inundada, cubierto el piso por una gruesa superficie de agua viscosa y muerta.
Al mediodía del miércoles no había acabado de amanecer. Y antes de las tres de la tarde la noche había entrado de lleno, anticipada y enfermiza, con el mismo lento y monótono y despiadado ritmo de la lluvia en el patio. Fue un crepúsculo prematuro, suave y lúgubre, que creció en medio del silencio de los guajiros, que se acuclillaron en las sillas, contra las paredes, rendidos e impotentes ante el disturbio de la naturaleza. Entonces fue cuando empezaron a llegar noticias de la calle. Nadie las traía a la casa. Simplemente llegaban, precisas, individualizadas, como conducidas por el barro líquido que corría por las calles y arrastraba objetos domésticos, cosas y cosas, destrozos de una remota catástrofe, escombros y animales muertos. Hechos ocurridos el domingo, cuando todavía la lluvia era el anuncio de una estación providencial, tardaron dos días en conocerse en la casa. Y el miércoles llegaron las noticias, como empujadas por el propio dinamismo interior de la tormenta. Se supo entonces que la iglesia estaba inundada y se esperaba su derrumbamiento. Alguien que no tenía por qué saberlo, dijo esa noche: "El tren no puede pasar el puente desde el lunes. Parece que el río se llevó los rieles". Y se supo que una mujer enferma había desaparecido de su lecho y había sido encontrada esa tarde flotando en el patio.
Aterrorizada, poseída por el espanto y el diluvio, me senté en el mecedor con las piernas encogidas y los ojos fijos en la oscuridad húmeda y llena de turbios pensamientos. Mi madrastra apareció en el vano de la puerta, con la lámpara en alto y la cabeza erguida. Parecía un fantasma familiar ante el cual yo misma participaba de su condición sobrenatural. Vino hasta donde yo estaba. Aún mantenía la cabeza erguida y la lámpara en alto, y chapaleaba en el agua del corredor. "Ahora tenemos que rezar", dijo. Y yo vi su rostro seco y agrietado, como si acabara de abandonar una sepultura o como si estuviera fabricada en una sustancia distinta de la humana. Estaba frente a mí, con el rosario en la mano, diciendo: "Ahora tenemos que rezar. El agua rompió las sepulturas y los pobrecitos muertos están flotando en el cementerio". Tal vez había dormido un poco esa noche cuando desperté sobresaltada por un olor agrio y penetrante como el de los cuerpos en descomposición. Sacudía con fuerza a Martín, que roncaba a mi lado. "¿No lo sientes?", le dije. Y él dijo "¿Qué?" Y yo dije: "El olor. Deben ser los muertos que están flotando por las calles". Yo me sentía aterrorizada por aquella idea, pero Martín se volteó contra la pared y dijo con la voz ronca y dormida: "Son cosas tuyas. Las mujeres embarazadas siempre están con imaginaciones".
Al amanecer del jueves cesaron los olores, se perdió el sentido de las distancias. La noción del tiempo, trastornada desde el día anterior, desapareció por completo. Entonces no hubo jueves. Lo que debía ser lo fue una cosa física y gelatinosa que había podido apartarse con las manos para asomarse al viernes. Allí no había hombres ni mujeres. Mi madrastra, mi padre, los guajiros eran cuerpos adiposos e improbables que se movían en el tremedal del invierno. Mi padre me dijo: "No se mueva de aquí hasta cuando no le diga lo que se hace", y su voz era lejana e indirecta y no parecía percibirse con los oídos sino con el tacto, que era el único sentido que permanecía en actividad.
Pero mi padre no volvió: se extravió en el tiempo. Así que cuando llegó la noche llamé a mi madrastra para decirle que me acompañara al dormitorio. Tuve un sueño pacífico, sereno, que se prolongó a lo largo de toda la noche. Al día siguiente la atmósfera seguía igual, sin color, sin olor, sin temperatura. Tan pronto como desperté salté a un asiento y permanecí inmóvil, porque algo me indicaba que todavía una zona de mi consciencia no había despertado por completo. Entonces oí el pito del tren. El pito prolongado y triste del tren fugándose de la tormenta. "Debe haber escampado en alguna parte", pensé, y una voz a mis espaldas pareció responder a mi pensamiento: "Dónde...", dijo. "¿Quién esta ahí?", dije yo, mirando. Y vi a mi madrastra con un brazo largo y escuálido extendido hacia la pared. "Soy yo", dijo Y yo le dije: "¿Lo oyes?" Y ella dijo que sí, que tal vez habría escampado en los alrededores y habían reparado las líneas. Luego me entregó una bandeja con el desayuno humeante. Aquello olía a salsa de ajo y manteca hervida. Era un plato de sopa. Desconcertada le pregunté a mi madrastra por la hora. Y ella, calmadamente, con una voz que sabía a postrada resignación, dijo: "Deben ser las dos y media, más o menos. El tren no lleva retraso después de todo". Yo dije: "¡Las dos y media! ¡Cómo hice para dormir tanto!" Y ella dijo: "No has dormido mucho. A lo sumo serían las tres". Y yo, temblando, sintiendo resbalar el plato entre mis manos: "Las dos y media del viernes...", dije. Y ella, monstruosamente tranquila: "Las dos y media del jueves, hija. Todavía las dos y media del jueves".
No sé cuánto tiempo estuve hundida en aquel sonambulismo en que los sentidos perdieron su valor. Solo sé que después de muchas horas incontables oí una voz en la pieza vecina. Una voz que decía: "Ahora puedes rodar la cama para ese lado". Era una voz fatigada, pero no voz de enfermo, sino de convaleciente. Después oí el ruido de los ladrillos en el agua. Permanecí rígida antes de darme cuenta de que me encontraba en posición horizontal. Entonces sentí el vacío inmenso, Sentí el trepidante y violento silencio de la casa, la inmovilidad increíble que afectaba a todas las cosas. Y súbitamente sentí el corazón convertido en una piedra helada. "Estoy muerta —pensé—. Dios. Estoy muerta". Di un salto de la cama. Grité: "¡Ada, Ada!" La voz desabrida de Martín me respondió desde el otro lado: "No pueden oírte porque ya están fuera". Solo entonces me di cuenta de que había escampado y de que en torno a nosotros se extendía un silencio, una tranquilidad, una beatitud misteriosa y profunda, un estado perfecto que debía ser muy parecido a la muerte. Después se oyeron pisadas en el corredor. Se oyó una voz clara y completamente viva. Luego un vientecito fresco sacudió la hoja de la puerta, hizo crujir la cerradura, y un cuerpo sólido y momentáneo, como una fruta madura, cayó profundamente en la alberca del patio. Algo en el aire denunciaba la presencia de una persona invisible que sonreía en la oscuridad.
"Dios mío —pensé entonces, confundida por el trastorno del tiempo—. Ahora no me sorprendería que me llamaran para asistir a la misa del domingo pasado".
AMARGURA PARA TRES SONÁMBULOS  
          
de Gabriel García Márquez 
         
  Ahora la teníamos allí, abandonada en un rincón de la casa. Alguien nos dijo, antes de que trajéramos sus cosas -su ropa olorosa a madera reciente, sus zapatos sin peso para el barro- que no podía acostumbrarse a aquella vida lenta, sin sabores dulces, sin otro atractivo que esa dura soledad de cal y canto, siempre apretada a sus espaldas. Alguien nos dijo -y había pasado mucho tiempo antes que lo recordáramos- que ella también había tenido una infancia. Quizás no lo creímos, entonces. Pero ahora, viéndola sentada en el rincón, con los ojos asombrados, y un dedo puesto sobre los labios, tal vez aceptábamos que una vez tuvo una infancia, que alguna vez tuvo el tacto sensible a la frescura anticipada de la lluvia, y que soportó siempre de perfil a su cuerpo, una sombra inesperada.
  Todo eso -y mucho más- lo habíamos creído aquella tarde en que nos dimos cuenta de que, por encima de su submundo tremendo, era completamente humana. Lo supimos, cuando de pronto, como si adentro se hubiera roto un cristal, empezó a dar gritos angustiados; empezó a llamarnos a cada uno por su nombre, hablando entre lágrimas hasta cuando nos sentamos junto a ella, nos pusimos a cantar y a batir palmas, como si nuestra gritería pudiera soldar los cristales esparcidos. Sólo entonces pudimos creer que alguna vez tuvo una infancia. Fue como si sus gritos se parecieran en algo a una revelación; como si tuvieran mucho de árbol recordado y río profundo, cuando se incorporó, se inclinó un poco hacia adelante, y todavía sin cubrirse la cara con el delantal, todavía sin sonarse la nariz y todavía con lágrimas, nos dijo: "No volveré a sonreír".
  Salimos al patio, los tres, sin hablar, acaso creíamos llevar pensamientos comunes. Tal vez pensamos que no sería lo mejor encender las luces de la casa. Ella deseaba estar sola -quizás-, sentada en el rincón sombrío, tejiéndose la trenza final, que parecía ser lo único que sobreviviría de su tránsito hacia la bestia.
  Afuera, en el patio, sumergidos en el profundo vaho de los insectos, nos sentamos a pensar en ella. Lo habíamos hecho otras veces. Podíamos haber dicho que estábamos haciendo lo que habíamos hecho todos los días de nuestras vidas.
  Sin embargo, aquella noche era distinto; ella había dicho que no volvería a sonreír, y nosotros que tanto la conocíamos, teníamos la certidumbre de que la pesadilla se había vuelto verdad. Sentados en un triángulo la imaginábamos allá adentro, abstracta, incapacitada, hasta para escuchar los innumerables relojes que medían el ritmo, marcado y minucioso, en que se iba, convirtiendo en polvo: "Si por lo menos tuviéramos valor para desear su muerte", pensábamos a coro.
  Pero la queríamos así, fea y glacial como una mezquina contribución a nuestros ocultos defectos.
  Éramos adultos desde antes, desde mucho tiempo atrás. Ella era, sin embargo, la mayor de la casa. Esa misma noche habría podido estar allí, sentada con nosotros, sintiendo el templado pulso de las estrellas, rodeada de hijos sanos. Habría sido la señora respetable de la casa si hubiera sido la esposa de un buen burgués o concubina de un hombre puntual. Pero se acostumbró a vivir en una sola dimensión, como la línea recta, acaso porque sus vicios o sus virtudes no pudieran conocerse de perfil. Desde varios años atrás ya lo sabíamos todo. Ni siquiera nos sorprendimos una mañana, después de levantados, cuando la encontramos boca abajo en el patio, mordiendo la tierra en una dura actitud estática. Entonces sonrió, volvió a mirarnos; había caído desde la ventana del segundo piso hasta la dura arcilla del patio y había quedado allí, tiesa y concreta, de bruces al barro húmedo. Pero después supimos que lo único que conservaba intacto era el miedo a las distancias, el natural espanto frente al vacío. La levantamos por los hombros. No estaba dura como nos pareció al principio. Al contrario, tenía los órganos sueltos, desasidos de la voluntad, como un muerto tibio que no hubiera empezado a endurecerse.
  Tenía los ojos abiertos, sucia la boca de esa tierra que debía saberle ya a sedimento sepulcral, cuando la pusimos de cara al sol y fue como si la hubiéramos puesto frente a un espejo. Nos miró a todos con una apagada expresión sin sexo, que nos dio -teniéndola ya entre mis brazos- la medida de su ausencia. Alguien nos dijo que estaba muerta; y se quedó después sonriendo con esa sonrisa fría y quieta que tenía durante las noches cuando transitaba despierta por la casa. Dijo que no sabía cómo llegó hasta el patio. Dijo que había sentido mucho calor, que estuvo oyendo un grillo penetrante, agudo, que parecía (así lo dijo) dispuesto a tumbar la pared de su cuarto, y que ella se había puesto a recordar las oraciones del domingo, con la mejilla apretada al piso de cemento.
  Sabíamos sin embargo, que no podía recordar ninguna oración, como supimos después que había perdido la noción del tiempo cuando dijo que se había dormido sosteniendo por dentro la pared que el grillo estaba empujando desde afuera, y que estaba completamente dormida cuando alguien cogiéndola por los hombros, apartó la pared y la puso a ella de cara al sol.
  Aquella noche sabíamos, sentados en el patio, que no volvería a sonreír. Quizá nos dolió anticipadamente su seriedad inexpresiva, su oscuro y voluntarioso vivir arrinconado. Nos dolía hondamente, como nos dolía el día que la vimos sentarse en el rincón adonde ahora estaba; y le oímos decir que no volvería a deambular por la casa. Al principio no pudimos creerle. La habíamos visto durante meses enteros transitando por los cuartos a cualquier hora, con la cabeza dura y los hombros caídos sin detenerse, sin fatigarse nunca. De noche oíamos su rumor corporal, denso, moviéndose entre dos oscuridades, y quizás nos quedamos muchas veces, despiertos en la cama, oyendo su sigiloso andar, siguiéndola con el oído por toda la casa. Una vez nos dijo que había visto el grillo dentro de la luna del espejo, hundido, sumergido en la sólida transparencia y que había atravesado la superficie de cristal para alcanzarlo. No supimos, en realidad, lo que quería decirnos, pero todos pudimos comprobar que tenía la ropa mojada, pegada al cuerpo, como si acabara de salir de un estanque. Sin pretender explicarnos el fenómeno resolvimos acabar con los insectos de la casa; destruir los objetos que la obsesionaban. Hicimos limpiar las paredes, ordenamos cortar los arbustos del patio, y fue como si hubiéramos limpiado de pequeñas basuras el silencio de la noche. Pero ya no la oíamos caminar, ni la oíamos hablar de grillos, hasta el día en que, después de la última comida, se quedó mirándonos, se sentó en el suelo de cemento todavía sin dejar de mirarnos, y nos dijo: "Me quedaré aquí, sentada"; y nos estremecimos, porque pudimos ver que había empezado a parecerse a algo que era ya casi completamente como la muerte.
  De eso hacía ya mucho tiempo y hasta nos habíamos acostumbrado a verla allí, sentada con la trenza siempre a medio tejer, como si se hubiera disuelto en su soledad y hubiera perdido, aunque se le estuviera viendo, la facultad natural de estar presente. Por eso ahora sabíamos que no volvería a sonreír; porque lo había dicho en la misma forma convencida y segura en que una vez nos dijo que no volvería a caminar. Era como si tuviéramos la certidumbre de que más tarde nos diría: "No volveré a ver" o quizá: "No volveré a oír" y supiéramos que era lo suficientemente humana para ir eliminando a voluntad sus funciones vitales, y que, espontáneamente, se iría acabando sentido a sentido, hasta el día en que la encontráramos recostada a la pared, como si se hubiera dormido por primera vez en su vida. Quizás faltaba mucho tiempo para eso, pero los tres, sentados en el patio, habríamos deseado aquella noche sentir su llanto afilado y repentino, de cristal roto, al menos para hacernos la ilusión de que habría nacido una niña dentro de la casa. Para creer que había nacido nueva.
     
(1949)
(Del volumen: Ojos de perro azul)  
        


lunes, 20 de agosto de 2018

Otro fantástico: el REALISMO MÁGICO



      EL BOOM LATINOAMERICANO

 El término boom latinoamericano  o  "nueva novela" se refiere a unas novelas de gran calidad literaria, originalidad y éxito editorial que aparecieron en América Latina durante las décadas de 1960 y 1970.
Julio Cortázar, uno de los escritores principales del boom, lo describe de la siguiente manera: “En vez de imitar modelos extranjeros, en vez de basarse en estéticas o en "ismos" importados, los mejores de entre ellos han ido despertando poco a poco a la conciencia de que la realidad que les rodeaba era su realidad, y que esa realidad seguía estando en gran parte virgen de toda indagación, de toda exploración por las vías creadoras de la lengua y la escritura, de la poesía y la invención ficcional”.

CONTEXTO HISTÓRICO
*El movimiento surgió en una época de turbulencia política en los países latinoamericanos. Al principio de los 60, varios escritores simpatizaban con la revolución cubana de 1959, ya que simbolizaba la autonomía política y cultural de América Latina frente al poder de los Estados Unidos.
*En la década del 70, surgieron dictaduras militares y el régimen de Castro restringió la libertad de expresión, y como consecuencia, perdió el apoyo de algunos escritores.
*A raíz de estos cambios, aparecieron novelas que reflejan el desencanto de esta época turbulenta y el llamado "ciclo del dictador".

TEMAS
*Énfasis en la historia y en la política. El paradigma de ello es la Novela del dictador, donde las figuras y acontecimientos históricos fueron retratados. Se pueden citar Yo el Supremo (1974) de Roa Bastos, El otoño del patriarca (1975) de Gabriel García Márquez, y El recurso del método (1974) de Alejo Carpentier.
*Cuestionamiento de la identidad regional y nacional.
*Crítica de valores burgueses.
*Denuncia social entremezclada con los problemas existenciales del hombre.

CARACTERÍSTICAS
*Las novelas del "Boom" son esencialmente vanguardistas.
*Tratan al tiempo de una manera no lineal.
*Suelen utilizar varias perspectivas o voces narrativas.
*Cuentan con un gran número de neologismos, juegos de palabras e incluso blasfemias.
*Ponen en escena los escenarios rurales y urbanos, el internacionalismo.
*Rompen las barreras entre lo fantástico y lo cotidiano, convirtiendo esta mezcla en una nueva realidad.

ESCRITORES PRINCIPALES  Y OBRAS

*La muerte de Artemio Cruz (1962), de Carlos Fuentes
*La ciudad y los perros (1962), de Mario Vargas Llosa
*Rayuela (1963), de Julio Cortázar
*Tres tristes tigres (1964), de Guillermo Cabrera Infante
*Paradiso (1966), de José Lezama Lima
*Cien años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez
*Cambio de piel (1967), de Carlos Fuentes
*El obsceno pájaro de la noche (1969), de José Donoso
*Hijo de hombre (1969), de Augusto Roa Bastos
*Conversación en la catedral (1969), de Mario Vargas Llosa

     EL REALISMO MÁGICO

*El Realismo Mágico se desarrolló muy fuertemente en las décadas del '60 y '70, producto de las discrepancias entre dos visiones que en ese momento convivían en Hispanoamérica: la cultura de la tecnología y la cultura de la superstición.
*El Realismo Mágico fue la respuesta ideal para los autores que, viviendo en países donde la dictadura y la censura corrompían todos los ámbitos de la sociedad, pudieron expresarse, permitiendo, a través de la fantasía, explicar elementos de la realidad sin exponerse a la censura o al exilio.

ESCRITORES PRINCIPALES
*A Gabriel García Márquez se le atribuye haber puesto «de moda» el Realismo Mágico tras la publicación de Cien años de soledad en 1967.
*Miguel Ángel Asturias
*Juan Rulfo
*Arturo Uslar Pietri
*José de la Cuadra
*Laura Esquivel

CARACTERÍSTICAS Y TEMÁTICA
*Los elementos fantásticos o mágicos son percibidos como normales por los personajes.
*Presencia de lo sensorial como parte de la percepción de la realidad.
*Abarca los mitos y las leyendas, que pueden ser presentados por múltiples narradores (combinan la primera, segunda y tercera persona).
*Tiene características  realistas pero posee elementos irreales que tienen que ver con la memoria latinoamericana y la búsqueda de la verdad, de la identidad y de la sensibilidad.
*Elementos mágicos tal vez intuitivos, pero (por lo general) nunca explicados

ESPACIOS
*Espacio particular, mínimo, donde se desarrollan todas las acciones que posee una atmósfera de intimidad donde se desenvuelven las figuras que le dan vida a la historia.
*Los escenarios suelen estar relacionados con la realidad latinoamericana, por lo que aparecen la pobreza y la marginalidad social, espacios donde la concepción mágica, mítica se hace presente.

TIEMPO
*Tiempo cronológico.
*Ruptura de planos temporales: mezcla de tiempo presente con tiempo pasado (regresiones) y tiempo futuro (adelantos).
*Tiempo estático: el tiempo cronológico se detiene, en cambio, fluyen los pensamientos de los personajes.
*Tiempo invertido: es el más contradictorio: por ejemplo considerar la noche día.
*El tiempo se percibe como cíclico o aparece distorsionado, para que pueda repetirse el presente o resulte similar al pasado.

PERSONAJES
*Personajes un poco “locos”, con una visión casi onírica de la vida y que planifican y realizan viajes de tiempo y espacio sin moverse del lugar.
*Estados de trance que les permiten vivir intensos acontecimientos y resolver conflictos que cargan desde la infancia.
*Son seres que siempre se encuentran a la vanguardia de los acontecimientos políticos y sociales de su época.
*Puede haber personajes irreales que siempre actúan sin actuar.

DIFERENCIAS CON EL GÉNERO FANTÁSTICO
*Para que una obra pertenezca al Realismo Mágico, no debe ser exclusivamente fantástica, sino contener elementos de fantasía en una historia realista, donde dichos elementos sean tomados como naturales por los personajes.
*Aparecen elementos sobrenaturales porque la superstición, el paisaje de los sueños y la fantasía forman parte de la realidad, enriquecen la cotidianidad y permiten que esta cobre un sentido de trascendencia.


















ARTÍCULO CRÍTICO:

El realismo mágico. Conceptos, rasgos, principios y métodos

por María Achitenei
         El término "realismo mágico" apareció en la tercera década del siglo XX. Es un estilo en las bellas artes, que fue empleado por primera vez en 1925 por el crítico alemán Franz Roh, aludiendo a una escuela de pintura, y luego por el escritor Massimo Bontempelli, que se refería a una novela suya, como lo subraya Joseph Bernstein en www.geocities.com.
            El realismo mágico es una corriente literaria cuyos rasgos principales son la desgarradura de la realidad por una acción fantástica descrita de un modo realista dentro de la narrativa.
            Ángel Flores fue el primero en llamar el rico estilo literario sudamericano realismo mágico. A finales de los años sesenta el término empezó a embarcar a escritores de otros continentes. Paulatinamente, el realismo mágico fue ganando lugar en la conciencia literaria del mundo, hasta el punto que será necesario mucho más de una corriente literaria vanguardista para sustituir el realismo mágico y su poder. El realismo mágico apagó las diferencias culturales empleando una interpretación global y estándar; exagerándola algunas veces, y subrayando la tolerancia de que el ser humano es capaz. El realismo mágico empezó por decodificar la herencia del postmodernismo, así que el primer rasgo del estilo fue tratar las diferencias con deferencia.
            El realismo mágico también supera la imaginación de cualquier lector, sin desprenderlo de su cultura y tradiciones y todo aquello que se adquirió por educación, memorias heredadas de sus antepasados y de la vida misma.(..)
            Muchos escritores son considerados como pertenecientes a esta corriente literaria: entre ellos, podríamos mencionar a: Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Isabel Allende, Salmán Rushdie, Lisa St Aubin de Terán, Louis de Berniéres, Gunter Grass, Laura Esquivel. De ellos, Carpentier llama 'real maravilloso' la búsqueda de propiedades mágicas dentro de la realidad misma: "lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad" en su obra El reino de este mundo, (Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1967, pág.12).
            Las propiedades que surgen de la realidad son: clarividencia, levitación, vidas largas al estilo bíblico, milagros, enfermedades mitad imaginarias que son exageradas hiperbólicamente; pero todo eso supone fe, como Carpentier lo subraya en la obra citada.
            Todo esto representa la parte mágica, mientras el realismo se encuentra en el modo de contar la narrativa: como si el hilo principal fuera realista y lo más importante, mientras que lo mágico no representa más que unos detalles ordinarios de poca importancia. El realismo mágico invita al lector a menospreciar lo real, a apreciar lo milagroso y a despreciar lo histórico.
            Los detalles resultan narrados en un tono neutro y sin destacar lo mágico, no sea que el lector le preste demasiada atención. El escritor da lo mágico por sentado.
            Pudiéramos tratar de enumerar las causas principales que condujeron a la irrupción del realismo mágico en el siglo XX:
  • La crisis de la religión: en el siglo de la velocidad y de los grandes descubrimientos técnicos, la humanidad dudaba de sus sentimientos ancestrales, empezando así a buscar algo nuevo, o, por lo menos a llenar los huecos de sus conocimientos sobre la creación del mundo.
  • El lector del occidente se había cansado de introspecciones y lucha psicológica de las ánimas de los personajes literarios, así que estaba listo para una historia épica rica, que no podría llegar sino superadornada de metáforas, hipérboles y sabiduría. Los lectores habían agotado la serie de experiencias en la literatura del principio del siglo XX y querían regresar a formas más antiguas: a aquellas historias de miles de años, contadas de una forma nueva: la del realismo mágico. Los lectores también querían que la actualidad —la realidad social que conocían— fuera pintada en palabras hipnóticas.
  • El realismo mágico llena el abismo entre la vida y la creación literaria con la premonición de un acontecimiento milagroso e inesperado, un acontecimiento que va a venir contado de un modo cautivador y cuasi primitivo.
  • El realismo mágico es una corriente del tipo afectivo, es una corriente experimental y repetida, que usa las más hondas raíces de la subconciencia humana, asumiéndose de este modo el papel ideológico que la religión había perdido, el papel que apela a las emociones y a las experiencias restrictivas, guardadas hasta entonces solo para los elegidos.
  • El aumento paradójico de la alienación y la soledad en el medio de un mundo más y más aglomerado tenía que ser resaltado en literatura (…)
  • El realismo mágico hace mover la plaza literaria a formas antiguas, fortaleciendo las estructuras antes de darles vida; el realismo mágico usa el libre albedrío con todo el respeto que emplea en los otros rasgos; da la impresión de que incluso el escritor queda sorprendido del desenlace de su escritura.
  • El realismo mágico apareció muy pronto después de que los vanguardistas habían experimentado nuevas formas de escribir, así que tuvo la ventaja de poder fundirlo todo y extraer solo los métodos que consideró como los más apropiados para la novela.
  • El realismo mágico apareció paralelamente con la cultura Beat y ambas corrientes descubrieron, por rutas y raíces distintas, la felicidad de las cosas simples.
  • El lector mismo pedía algo distinto, dado que el realismo y la realidad resultaban demasiado para soportar; había muerto tanta gente, así que el solo modo de enfrentar a la muerte era burlándose de ella; eso aumentó la necesidad de leer hazañas hiperbólicas emprendidas por personajes ordinarios, o, al revés, sobre personajes hiperbólicos dentro de una vida habitual. El lector necesitaba que lo invisible invadiera su vida para reforzarla, así como todos nosotros necesitamos de los milagros.
  • Cíclicamente, la gente recrea historias para recordar a sus héroes. Los pueblos e imperios grandes crearon epopeyas en sus períodos de gloria; ahora es el turno de cualquier país para crear historias épicas como cuentos de hadas, dentro del realismo mágico. El poder persuasivo de esta corriente es tan grande que, si creara unos héroes profetas, jugarían un papel demasiado grande para la literatura y entrarían en la vida real y la conmoverían. Así es como sus héroes fracasan en el esfuerzo de llegar a serlo, según la receta mágico- realista.
  • El realismo mágico es descrito por el lenguaje que usa, que no tiene fronteras; el realismo mágico se lo debe todo a la infinidad del tiempo que describe y a los espacios aislados, delineados solo por metáforas, metamorfosis y reiteración.
            Por consiguiente, si tratamos de seguir el rastro del realismo mágico y  ver en qué textos se basan sus raíces, podríamos mencionar unas influencias, o la estela de otras corrientes: el Barroco, la literatura picaresca, el gótico, la fábula, la tragedia, los mitos, las leyendas, las supersticiones de las tierras nativas, las alegorías, el realismo social, la parábola, el postmodernismo.


            Del realismo, el realismo mágico ha tomado la transparencia del lenguaje, la pseudo objetividad de las convenciones del siglo XX; pero el texto tuvo que expresar más que un oráculo de una sola voz.
            (…) Si el realismo se refiere a la semejanza de la obra literaria con nuestra realidad familiar, entonces sí, el realismo mágico es realista; objetos ordinarios, sentimientos familiares, datos históricos son presentados en todas las novelas mágico-realistas, pero ellos están súper adornados en causas y efectos metafóricos sobre un fondo hiperbólico.
            El realismo está representado fragmentariamente dentro del realismo mágico, como si solo rastros de la más importante estructura de narrar una historia se abriera paso en el enredo de la narrativa. Migajas del realismo pueden ser reconocidas en la narración mágico-realista por un lector atento:
  • realismo interior o exterior, basado en detalles;
  • realismo familiar, que resulta distorsionado por el realismo mágico, por una intromisión de diferencias ligeras de lo conocido;
  • realismo impresionista, haciendo notas de la percepción más que encasillando los detalles; también lo opuesto, poniendo los detalles en orden;
  • realismo puro, que trata de coger una verdad absoluta e imposible;
  • realismo social, de tipo revolucionario;
  • realismo espiritual, refiriéndose a las ideas, a los sentimientos, vicios y remordimientos de los personajes;
  • realismo cruel, pueril, empleado para destacar los rasgos del personaje positivo.
            (…) El mito ayuda al realismo mágico a lograr el matiz ritual, que, por ser tan antiguo, parece exótico.
            El realismo mágico se ramificó y lo que podemos ver hoy son dos grandes tipos: el hispanoamericano y el asiático. Es su dote genética de mezcla de razas y culturas que dotó a los escritores con tal explosiva imaginación. Escritores de otros países pertenecen también a ese estilo literario, pero si lo estudiamos y comparamos más profundamente, veremos que las novelas sudamericanas llevan el sello de una influencia, mientras que las novelas escritas en inglés llevan el sello de otra influencia, aunque las dos influencias tienen raíces comunes: el Barroco. Mientras las novelas de Salmán Rushdie son más semejantes al Culteranismo español cuyos rasgos fueron: metáforas, lenguaje poético, antítesis de ideas y conceptos, hipérboles, motivos mitológicos y descripciones de tipo sensorial, en la narrativa de Gabriel García Márquez podemos notar rasgos desarrollados del Conceptismo español: Ingenuidad, humor, tendencia moral, sabiduría, metáforas.
            El Barroco fue basado en "teatralidad, metamorfosis, ostentación", "sabiduría metafórica esencial", pero también en "movilidad, fluidez y desintegración interior produciendo antítesis al nivel existencial" (Adrián Marino,Barocul, Bucarest, Pág. 306).
            El rasgo principal del Barroco fue la oscilación entre la percepción de la realidad y de la irrealidad. El hilo literario se esfuerza por destacar detalles feos, hiperbólicos, extravagantes, ridículos, estridentes, chocantes o conmovedores que están entretejidos en un orden hipnótico para abrumar al lector. Todo eso puede ser notado en la escritura mágico-realista.
            Distinto de otros estilos, cuya descripción dentro de la narrativa resulta llena de metáforas muertas, el realismo mágico abunda en metáforas en la secuencia de los acontecimientos: cabe decir que las metáforas son afiladas y vivas, ingenuas y vivaces, irónicas e hiperbólicas, destacando la veloz fluidez de la narrativa. El hipérbaton se usa para poner énfasis a una idea, para subrayar su importancia ya que el hipérbaton confiere al texto calidad lírica y musicalidad.
            Pero el Barroco no es el solo manantial que inspiró al realismo mágico: unos sus personajes tienen rasgos del pícaro. Un pícaro es "astuto, hábil, malicioso, travieso, descarado"(Oxford Dictionary). El pícaro cambia varias veces su trabajo y su amo, viviendo una vida tramposa y peliaguda; sería capaz de engañar a todos para sobrevivir, como bien nos muestra el Lazarillo. Mas a su vida le falta la aspiración de un héroe verdadero. El héroe del realismo mágico muy a menudo lucha por la vida de la misma manera que el pícaro. Aadam Aziz (Los hijos de la medianoche) es tal héroe. Vasco Miranda (La última mirada del Moro) es un personaje parásito, muy semejante al pícaro. El pícaro tiene la ambivalencia de un héroe y de un antihéroe, un personaje que se vuelve cíclicamente en vagabundo, sirviendo amos distintos, sazonando sus realizaciones con trampas y bromas pesadas, gastadas a cualquiera, con un matiz de desdeño cínico por los que se lo permiten; la historia es siempre contada en primera persona del singular y tiene un dejo satírico. Al leer Los hijos de la medianoche, por Salmán Rushdie, podemos notar que el pícaro es el antihéroe Shiva, que había sido cambiado al nacer con Saleem, y así Shiva había sido entregado a una existencia pobre, creándose de esa manera la premisa para volverse un pícaro.
La burla tiene matices trágicos o ridículos:
"Clarividencia hizo posible que él arrestara a un futuro traidor antes que el traidor cometiera el acto de traición."
(Vergüenza, por Salmán Rushdie, Londres: Picador,1984, pág. 184).
            En el postmodernismo, las fronteras del género literario se fundieron para dejar lugar a la universal comedia grotesca humana: meta ficciones estafadoras llevaron a la vista personajes promiscuos, presentados sea como extraordinarios, sea como admirados por otros personajes por la voz del narrador. El lector es invitado a analizar las calidades narrativas del autor, y a ser espectador de un soliloquio, que resulto una confesión dirigida al lector: mencionamos aquí la entrevista de Martin Amis consigo mismo en su novela Dinero, o Rosa Montero alabando uno de sus libros en la novela La hija del Caníbal. Hubo un tiempo para que la novela se volviera consciente de sí misma.
            Cuando esta técnica era nueva —Cervantes y luego Sterne lo habían probado también— los lectores estaban asombrados, pero poco después, ellos necesitaron algo más rico, algo que cubriera más áreas de sus espíritus y sentidos; algo que apelara a los valores morales y que creara otros dado que un individuo puede vivir sin fe, pero un grupo de gente siempre necesitará unos pilares morales para confiar en ellos y guiar las relaciones interhumanas según ellos.
            Cuando el postmodernismo dejó de estar de moda, emergió el realismo mágico, cuyos autores redescubrieron los medios del gótico, con monstruos y seres estrafalarios, incesto y violencia, cosas raras e insólitas armas, y lo usaron todo para burlarse de ello, fingiendo tomarlo en serio al mismo tiempo. Los monstruos se volvieron repentinamente en héroes fabulosos que podían fundir los cristales de las tiendas: Oskar Matzerath (El tambor de lata, por Günter Grass), que podían parar el tiempo cuando querían, o podían hacer girar el tiempo: Ursula Iguarán (Cien años de soledad, por García Márquez) o Fevvers (Noches en el circo, por Ángela Carter), imitando de ese modo al legendario monstruo Polifemo del poema épico de Góngora.
El realismo mágico puede ser también descrito, como
"una narrativa corta que a veces es el comentario sobre una sociedad o sobre la condición humana presentada como una alegoría o parábola, casi siempre con un mensaje escondido, aunque no menos claro. Emplea frases utilizadas en los cuentos de hadas y el folklore" 
(definición de la fábula, en Enciclopedia de lo fantástico, (Encyclopedia of Fantasy), por John Clute&John Grant, Londres: Orbit, 1999,pág.327).
            Como también en la fábula, las historias del realismo mágico tienen una moral, a veces declarada desde el principio, para enfocarla mejor. El realismo mágico usa la fábula para aumentar el valor moral de la escritura; trata de individualizar el fracaso moral de alguna clase social o de una nación, en el país imaginario que construye; por eso, el escritor emplea la sinécdoque, expresando la historia de una familia para la historia de un país entero; otra particularidad es que el escritor duda de los acontecimientos históricos como también de las creencias antiguas presentándolos en el lenguaje del cine —a veces con acentos melodramáticos que se esfuman bajo las metáforas pesadas, bajo las referencias frecuentes a las otras culturas, bajo las alusiones a obras olvidadas o, por el contrario, muy nuevas, y a las más nuevas teorías astrofísicas.
            Sin embargo, la referencia cultural está mezclada con hechos grotescos en todos los autores del realismo mágico; líneas surrealistas juntan escenas de pesadilla con influencia gótica:
"eran las doce menos cinco pero el general Rodrigo de Aguilar no llegaba, había un calor de caldera de barco perfumado de flores, olía a gladiolos y tulipanes, olía a rosas vivas en la sala cerrada, alguien abrió una ventana, respiramos, miramos los relojes(...) se oyeron los ruidos viscerales de las máquinas de los relojes en el silencio de un abismo final, eran las doce, pero el general Rodrigo de Aguilar no llegaba, alguien trató de levantarse, por favor, dijo, él lo petrificó con la mirada mortal de que nadie se mueva, nadie respire, nadie viva sin mi permiso hasta que terminaron de sonar las doce, y entonces se abrieron las cortinas y entró el egregio general de división Rodrigo de Aguilar en bandeja de plata puesto cuan largo fue sobre una guarnición de coliflores y laureles, macerado al horno, aderezado con el uniforme de cinco almendras de oro de las ocasiones solemnes, y las presillas del valor sin límites en la manga del medio brazo, catorce libras de medallas en el pecho y una ramita de perejil en la boca, listo para ser servido en banquete de compañeros por los destazadores oficiales ante la petrificación de horror de los invitados que presenciamos sin respirar la exquisita ceremonia del descuartizamiento y el reparto, y cuando hubo en cada plato una ración igual del ministro de la defensa con relleno de piñones y hierbas de olor, él dio la orden de empezar, buen provecho señores."
[El otoño del patriarca, por García Márquez, Mondadori, Pág. 125-126]
            El realismo mágico aprovecha de estas cosas grotescas para subrayar la parte socarrona del carácter humano. A ese estilo no pueden faltarle los rasgos oscuros del ser humano, porque, en efecto, el realismo mágico es sátira.
            Lo gótico del realismo mágico es trágico: es un intento de burlarse de la muerte y del destino tratando siempre satíricamente de vencerlos. Los elementos de la tragedia son muy poderosos dentro del realismo mágico, porque son semejantes a las estructuras de las tragedias antiguas. Así notamos:
  • un crimen está seguido por otros, por venganza;
  • hay un coro para comentar los principales acontecimientos de la obra;
  • el escritor usa la ironía para resaltar la importancia de la muerte;
  • los héroes son caracterizados por sus hazañas;
  • el fin es casi siempre catastrófico;
  • la historia es sometida al sino;
  • desde el primer momento de su aparición en la obra, los personajes emprenden su viaje a tropezones sea hacia el cielo, sea hacia el infierno y no hay otra alternativa.
            Sin embargo, el realismo mágico es eminentemente catártico: ninguno de los incestos o crímenes es despreciable en el realismo mágico, y eso porque todo es presentado como para surgir en el lector una reacción estética a una solución literaria. Parece ser que el lector está menos envuelto sentimentalmente en la historia mágico realista que en otra, pero está más implicado razonadamente en el realismo mágico que en otro estilo.
            Por ser tan irónica —ironía blanda en las novelas de García Márquez o Lisa St Aubin de Terán, e ironía aguda de Salmán Rushdie— la narrativa mágico realista resulta un artificio; pero porque maneja tantos planes de la historia que se ramifican en otras historias, como pasa en la matemática con las superficies Riemann, los elementos artificiales se esfuman, determinando al lector que se preguntara, admirando cada plano, si la narrativa fuera posible.
            En el realismo mágico, la tragedia resulta más como la imitación del sacrificio divino que como simples desastres sufridos por los mortales que no abren paso entre ellos y el lector para que todo se volviera mito y adquiriera un dejo ritual. La presencia de la muerte ya no es terrible y horripilante, dado que el realismo mágico apareció después de la segunda guerra mundial cuando había muerto tanta gente; en el realismo mágico la muerte es una presencia diaria y es la vida que logra valores metafísicos: la muerte ya no basta, así que al fin, el lector es testigo de la explosión del mundo entero.
            Claro que la mixtura es mucho más compleja y enredada, y contiene también una atmósfera que se adquiere por el desgarro de la realidad, por extender o comprimir unas secuencias de la realidad familiar. Los escritores emplean el coro de la tragedia griega para aumentar las creencias tradicionales y para obtener otros efectos especiales que enfoquen lo antiguo y las supersticiones. En Los hijos de la medianoche el coro es representado por el barquero, luego por la gente y finalmente por Padma.
            El lector se da cuenta de que los personajes monstruosos representan solo una alternativa literaria y no los juzgan desde el punto de vista moral, como pasaría en la vida real. Los elementos góticos aumentan en el lector la opinión de que su misma idea sobre los personajes se muestra ser verdadera. Los elementos barrocos, góticos y satíricos salpican el trágico flujo veloz de la narración mágico realista. La velocidad del hilo narrativo hace que la tragedia disminuya y resalta los elementos fantásticos que son contados como si fueran pequeñas realidades sin importancia, lógica y calculadamente.
            El realismo y la tragedia no son compatibles dentro de la literatura, así como los son en realidad. El realismo mágico necesita otros argumentos para sostener su compatibilidad dentro de la narrativa y puede adquirirlo volviendo elementos ordinarios, o menospreciados en elementos sagrados. El autor intensifica unos rasgos, multiplica otros y destaca escenas surrealistas (apud Adrián Marino, Dictionar de termeni literari, el capítulo sobre lo fantástico)
            En esencia, el realismo mágico trata a lo gótico despreciadamente, lo que significa que el autor emplea las técnicas góticas, pero con desdén. Ese rasgo y la aceleración del hilo narrativo son las dos condiciones sine qua non para que el estilo sea de verdad realismo mágico.
            El escritor utiliza también sea una distribución desigual de la atención narrativa, sea un tono monótono describiendo acontecimientos grotescos y escenas conmovedoras, dando la impresión de que todo cuenta lo mismo para la historia. Cuando el narrador nos llama la atención sobre la singularidad de un elemento, él no es fidedigno, lo que en efecto hace es distraernos la atención sobre otro elemento, que es fantástico. Varias veces, el narrador pregunta a sí mismo si la acción a la cual él fue testigo pasó de verdad. Es una duda prestada de la realidad, de los diálogos callejeros.
            La metáfora parcial o posesiva del realismo mágico restringe el entero universo a su singular existencia. El narrador hace caso omiso a la realidad, resaltando un acontecimiento reiterado por medio del genitivo, como en los ejemplos:
  • "la llaga del insomnio"(Cien años de soledad, por Gabriel García Márquez);
  • "La llaga de la vergüenza" (Vergüenza, por Salmán Rushdie);
  • "el velo de su solipsismo" (Vergüenza, por Salmán Rushdie);
  • "El silex de su vergüenza prendió fuego a la yesca de su orgullo" (Vergüenza, by Rushdie);
            Ese tipo de metáfora resulta ordinaria una vez sacada del contexto, pero es muy sugestiva dentro de la narrativa: refuerza la singularidad de este estilo narrativo.
            La técnica del montaje: aunque el nombre y la descripción de un país, como también otros detalles parecen familiares, a una mirada más profunda podemos observar bastantes anomalías, anacronismos e inadvertencias de que el lector no está consciente. El país puede tener rasgos prestados de períodos distintos e incluso de otros países; el país descrito puede ser totalmente imaginado, pero con un nombre de la realidad. Por eso no debemos fiar de ningún nombre reconocible.
            No huelga añadir las teorías científicas que el realismo mágico —Rushdie más que otros autores— emplea en medio de la narrativa. Nos enteramos así de los últimos descubrimientos en cuanto a los agujeros negros, a los universos transmutables.
            Como las palabras destino o sino son raramente pronunciadas, el lector tarda mucho en comprender el papel poderoso que el destino desempeña en la novela de tipo realismo mágico. Nada más identificar el hilo del destino narrado, el lector empieza a sospechar una segunda, luego tercera solución, una tercera promesa de la que va a suceder; pero nada de eso ocurre, porque el texto hace implosión por la rigidez del sino. La coincidencia está relacionada con el destino también: ocurre tan frecuente, y algo rítmicamente que el lector tiene la impresión de que está descubriendo el texto en el dibujo de un juego de ajedrez.
            Los temas son muy importantes en el realismo mágico: enfermedades inauditas e increíbles aparecen repentinamente sin lógica alguna y desaparecen del mismo modo. El Moro, de La última mirada del Moro, por Rushdie, envejece dos veces más rápidamente que otra gente; el padre de Saleem en la novela Los hijos de la medianoche, por Rushdie, sufre de la enfermedad de volverse blanco, y los habitantes de Macondo, en Cien años de soledad, por García Márquez, sufren de la llaga del olvido.
            El tema del mundo repleto alude a los hijos de Nicanor Alvarado, de la novela El otoño del patriarca, por García Márquez, que pueden ser comparados con los hijos de Tulvar Ulhaq, cuyo número crece exponencialmente en la novela Vergüenza, por Rushdie. Todos son concebidos bajo la amenaza de la autoridad del hombre.
            El tema de la soledad del dictador se entreteje con el tema del rencor y la maldad, que tiene multifacetas semánticas, que confiere a la narrativa una ilusión que resulta sea cómica, o espeluznante. Son temas del Barroco, de los cuales el realismo mágico se adueñó expresándolos en un lenguaje de colores y sabores, como en la novela La última mirada del Moro, por Salmán Rushdie, que alude a la última mirada del rey árabe Boabdil el Chico, antes de dejar Granada.
            Esos temas engendran otros, de venganza, de paternidad desconocida, de los gemelos y muchos otros, pero los temas solos no hacen el estilo. Se necesita el talento del escritor y la intuición del lector para que juntos, crearan el realismo mágico, el más mágico de los estilos literarios.
            El realismo mágico es una crónica dentro de la cual son injertados los más fantásticos detalles y milagros hechos por personajes con dones y poderes estrafalarios —que son descritos por sus hazañas— todo en una épica acelerada, llena de cosas grotescas, metáforas, hipérbole y lenguaje poético.


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